Cómo Resolver los conflictos familiares
El conflicto es un hecho cotidiano al que todos nos enfrentamos en nuestro trabajo, en nuestras relaciones de vecindad, en nuestra familia.
1.1 Especificidades de los conflictos familiares
El conflicto es un hecho cotidiano al que todos nos enfrentamos en nuestro trabajo, en nuestras relacio- nes de vecindad, en nuestra familia… Se produce de muchas formas, con distinta intensidad y en todos los niveles del comportamien- to. Se origina en situaciones pro- pias de la convivencia y de las relaciones humanas, y por ello se ha afirmado que el conflicto es con- natural a la vida misma.
Seguramente, nos llamaría la aten- ción descubrir que los mismos ele- mentos que componen la estructura de un conflicto internacional, forman parte de un conflicto familiar, y es que el conflicto adquiere un valor universal ya que puede reconocerse en todas las actividades humanas y en todo tipo de sociedades y épo- cas. Entonces, si el conflicto forma parte de nuestra vida, ¿por qué nos sentimos tan mal cuando estamos inmersos en él? En efecto, cuando surge un conflicto con nuestra pa- reja, nuestros padres o nuestros hijos, no nos apetece hablar con ellos, por lo que la comunicación se interrumpe, nuestras actitudes tienden a polarizarse y nos senti- mos heridos. Por ello, no es de extrañar que temamos a las expre- siones del conflicto, y que esto suponga rechazar el conflicto mis- mo. Sin embargo, si recordamos algún conflicto del pasado, quizás descubramos que fuimos capaces de gestionarlo de manera adecua- da y que ello nos permitió conocer- nos mejor a nosotros mismos y es- tablecer relaciones más positivas con las demás personas.
En efecto, el conflicto no es ni bueno ni malo en sí, y el hecho de
que intentemos evitarlo se debe a que el modo en que habitualmente lo gestionamos no nos satisface y esto ocurre en todo tipo de con- flictos. ¡Sí, también en los familiares!, pero con una diferencia, los con- flictos familiares son los más per- sonales de todos los conflictos.
El vínculo que se crea entre los miembros de la familia permite tener herramientas suficientes para esta- blecer relaciones positivas o des- tructivas, es decir, para generar espacios donde las personas nos sintamos queridas y valoradas o, por el contrario, nos sintamos in- comprendidas o no reconocidas. Nadie como las personas más próxi- mas a nosotros son capaces de hacernos sentir bien o hacernos sentir mal… La cercanía y la conti- nuidad de las relaciones familiares hacen más intensos los conflictos que se generan en la familia.
Un dato a tener muy en cuenta es que el contexto familiar es el que más perdura a lo largo del tiempo aunque se transforme en su es- tructura, pero las personas que lo componen cambian y los ciclos que atraviesa la familia también, por ello, no es de extrañar que conflictos que se creían resueltos en una época anterior cobren nue- va vida en otra etapa. Por otro lado, no hay que olvidar que las confrontaciones familiares afec- tan, como ningún otro conflicto, además de a la identidad de sus miembros, a la de la familia co- mo sistema interpersonal, eco- nómico y social, de ahí su impor- tancia y complejidad.
A pesar de que las peculiaridades de las relaciones familiares determi- nan que los conflictos que en ellas se producen tengan también espe- cificidades propias, podemos en-
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contrar caracteres comunes en los conflictos familiares.
Podemos entender mejor los mo- mentos álgidos del conflicto si lo consideramos como el resultado de una serie de sucesos que lo prece- den. Es decir, todos los conflictos familiares tienen su historia: com- portamientos pasados, experien- cias, conversaciones y percepcio- nes, que tomados en su conjunto definen el conflicto. Al mismo tiem- po, los conflictos familiares e inter- personales raramente son sucesos aislados. Cada reacción de una parte determina la reacción de la otra. Como resultado, el nivel de tensión o intensidad de un conflicto no es estático y la tensión entre las partes puede subir o bajar durante su transcurso.
Otra característica de los conflictos familiares, es el grado en que un conflicto se enreda al pretender los sujetos dar satisfacción a sus necesidades psicológicas y per- sonales. Estas necesidades se vin- culan al hecho de querer sentirse a salvo y seguro, de ser amado, tener el control de la propia vida, pertenencia, etc. Satisfacer estas necesidades es tan esencial para la salud psicológica como el aire, el agua, el alimento, lo son para la salud física. Este parámetro ayuda a explicar el por qué la autoestima es una ventaja poderosa a la hora de resolver conflictos.
En los conflictos familiares también suele ocurrir que su desencade- nante o el motivo que lo origina, ni tan siquiera es la verdadera causa del conflicto y, sin embargo, puede dar lugar a situaciones dra- máticas.
Un factor fundamental que da origen a muchos conflictos familiares e
interpersonales es la discrepancia entre la realidad y lo que las par- tes perciben como real. La causa de tal discrepancia es debida a que el modo en que percibimos y damos sentido al mundo es un proceso complejo y subjetivo. Así, todo lo que el individuo percibe es filtrado a través de sus creencias, experien- cias pasadas, valores, ideas y pre- juicios. Normalmente, las partes en conflicto al observar una misma situación realizan diferentes inter- pretaciones de ella, y estas diferen- cias en la percepción son un terreno abonado para la aparición de los conflictos interpersonales.
Otro elemento a destacar, es el pa- pel que juegan las personas que rodean el conflicto pero que no son protagonistas directos de él. Estas personas, a las que podría- mos denominar participantes no implicados, contribuyen a que los conflictos sean de menor o mayor intensidad, a pesar de que no les afecte a ellos directamente. Desafor- tunadamente, su influencia lleva en más ocasiones a la escalada del conflicto que a su contrario, aunque también pueden jugar un papel esencial ayudando a reducir las tensiones familiares.
1.2. Ciclos evolutivos y conflictos
Conocer el ciclo vital de nuestra familia y en que fase del proceso se encuentra puede ayudarnos a comprender los conflictos familiares y a abordarlos más adecuadamen- te. Los “ciclos vitales” son mucho más que simples etapas del desa- rrollo familiar, son “el proceso de evolución esperable en una familia”. Por tanto, más que la suma de los cambios individuales de sus miembros, son los “cambios en la familia como tal, y considerada como un verdadero sistema vivo en crecimiento»
Suelen identificarse las siguientes
etapas en la vida de la familia:
1. Periodo de galanteo o emanci- pación del joven adulto: En este periodo, el joven, generalmente, se gradúa y pasa a ser adulto, ingre- sando en una compleja red social, utilizando conductas como el galan- teo. Abandona su primera unidad familiar para constituir su nuevo hogar, que puede ser unipersonal, aunque hemos de tener en cuenta la tendencia que se viene produ- ciendo en las últimas décadas, y que supone que los hijos permane- cen en el hogar paterno hasta eda- des avanzadas, dando lugar a lo que se ha denominado “Nido repleto”.
2. Matrimonio -o convivencia en pareja- y sus consecuencias: En esta fase destaca la importancia de los acuerdos de la pareja cuando empiezan a convivir: acuerdos so- bre cómo manejarse con sus fami- lias de origen, con sus padres y aspectos prácticos de la vida en común, distribución de las tareas domésticas, gustos, salidas, dinero, tiempo para tener el primer hijo, aspectos económicos. Ya se va re- velando el modo en que van a en- carar los posibles desacuerdos (que previamente en el noviazgo habían intuido o comprobado). Hay que tener en cuenta que muchas de las decisiones de la pareja están clara- mente influidas por las alianzas que mantienen aún con los padres, y ponen de manifiesto el aprendizaje de cada uno de ellos en sus propias familias de origen. Deben, por tanto, sustituir esa dependencia por una
relación más adulta en la que las decisiones de la pareja deben ser separadas de la influencia parental, cuestión que en muchos casos no resulta fácil.
3. Nacimiento de hijos: A los con- flictos que ya venía teniendo la pa- reja se unen ahora los nuevos origi- nados por el nacimiento del hijo, coexistiendo en muchos casos al placer de ser padre-madre, las nue- vas situaciones de tensión que trae aparejada la crianza. A estas cues- tiones se añaden, generalmente, el conflicto de la madre y su autorrea- lización, con su reincorporación al mercado laboral y sus consiguientes frustraciones. Puede surgir en esta etapa el problema de celos, gene- ralmente del padre hacia los hijos. Asimismo, la convergencia de las familias de los miembros de la pareja puede influir de modo importante en esta fase, ya que vuelven a tomar protagonismo en la relación de los hijos al convertirse en abuelos.
4. La familia con hijos en periodo intermedio: En esta etapa ejerce notable influencia la situación laboral de la pareja, ya que si alguno de ellos no logra cumplir sus ambiciones profesionales, la desilusión afectará a la familia. Por ejemplo, la situación de parado del hombre puede hacerle sentir que no cumple la tradicional función de “proveer” a la familia y, en el caso en que sea la mujer, pue- de sentir que su renuncia a trabajar en la época de la crianza le está “pasando factura” y eso puede ser fuente importante de conflictos. Pue- de, al contrario, que el éxito profe- sional sea superior al que pensaron tener y sentir uno de ellos que su pareja no lo acompaña, no lo reco- noce o no lo apoya, pudiendo des- encadenar situaciones de celos y resentimiento. Los hijos juegan un papel importante en la comunicación de los padres (muchas de sus con- versaciones giran en torno a ellos porque, en muchos casos, son lo que tienen más en común)
5. El “destete” de los padres: El llamado “nido vacío” se produce cuando los hijos abandonan el hogar familiar, pudiendo surgir importantes conflictos entre la pa- reja que tienen que replantearse una nueva situación, ellos dos so- los, con gustos que tal vez no ha- yan cultivado conjuntamente; pue- de que quieran sentirse jóvenes y busquen parejas que se lo posibiliten. Otra cuestión fundamental en esta etapa es la pérdida de los propios padres, y el aprendizaje de ser abuelos que tanta satisfac- ción puede proporcionarles, pero que en muchas ocasiones es tam- bién fuente de conflicto por las “excesivas cargas que asumen” en relación con los nietos.
Retiro de la vida activa y la vejez: Son importantes los conflictos que surgen en la etapa de la jubila- ción de los miembros de la pareja, por la necesidad de adaptarse al mayor tiempo disponible y en algu- nos casos ante el sentimiento de incapacidad. Por último, la soledad ante el fallecimiento de uno de los miembros de la pareja puede dar lugar a depresiones de la otra parte que exijan atención especializada, aunque, también, puede darle a la viuda/o la oportunidad de llevar a cabo una nueva vida. La familia en esta etapa debe enfrentarse tam- bién a la difícil cuestión de cuidar de la persona mayor o enviarla a una residencia de mayores, impor- tante fuente de conflictos entre los hijos que han de buscar la mejor solución para todos.
Cada etapa del ciclo vital encierra sus conflictos nucleares específi- cos, pero también abre nuevas expectativas, alternándose perio- dos de equilibrio y de desequilibrio en el proceso de desarrollo, y ello, en un continuo camino de supera- ción de crisis, algunas de las cuales se mezclan y superponen. No es extraño, por tanto, que muchos de los conflictos en la familia surjan en los momentos de tránsito de una etapa a otra del ciclo vital, siendo fundamental tener en cuenta este factor para desarrollar todas las habilidades posibles que nos permitan navegar entre esos ciclos sin hundirnos.
1.3. Convivencia, comu- nicación y conflicto
Convivir no es fácil, ni siquiera en nuestras familias. Estas crecen a medida que crecemos las personas que las formamos, y se desarrollan como nos desarrollamos nosotros, y se tambalean cuando nosotros nos tambaleamos.
Crecer, desarrollarse, entrar en crisis, resurgir… son ingredientes del cam- bio. El crecimiento es cambio, y éste no se produce sin diferencias, sin tensiones, sin crisis. Las per- sonas y las familias a las que perte- necemos avanzamos sorteando obs- táculos, tropezando, bordeando el abismo a veces, y salimos adelante, si podemos. A veces juntos, a veces separados, a veces unos en contra de otros, pero casi siempre salimos. El cambio es inevitable
El conflicto es una oportunidad para crecer.
Convivir y cambiar, y sentir que no fracasamos en el intento, son obje- tivos que requieren algo de esfuer- zo. A veces el cariño no es suficien- te. Abordar las diferencias del día a día, los puntos de vista diversos, los desacuerdos… Todo ello forma parte del camino, al igual que las emociones y los sentimientos que están detrás, en ocasiones, ocultos. Necesitamos pequeñas herramien- tas que nos ayuden en ese proceso. A veces las utilizamos sin darnos cuenta, y otras veces nos empeña- mos en no utilizarlas aunque las conozcamos perfectamente.
La relación se negocia en cada ins- tante. En cada palabra, en cada si- lencio, en cada gesto hay un mensaje sobre la relación que queremos, un mensaje que el otro recibe y contesta. La respuesta, haya o no acuerdo, siempre forma parte de la relación. Darnos cuenta de ello puede ayu- darnos a entender las negociacio- nes en las que participamos cotidia- namente.
Estamos juntos. Convivimos con personas a las que queremos. Nos comunicamos. Con cada persona hemos aprendido a decir las cosas de una manera. Desde que cono- cemos a nuestra pareja hemos ido pactando un estilo de comunicar- nos. Y lo seguimos haciendo cada día. Desde que somos hijos, desde que somos padres hemos ensayado una forma de transmitir el afecto, el enfado, la tristeza a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros hijos.
Esas personas a las que queremos se sienten bien cuando se sienten escuchados, cuando nos ponemos en su lugar, cuando sentimos como ellos (empatía), cuando elogiamos o apoyamos sus logros, cuando de- cimos las cosas (las que nos gustan y las que no) con mensajes claros y congruentes, cuando buscamos ma- neras de solucionar los problemas.
Lo que explicamos a continuación no son soluciones, sino algunas maneras de encontrarlas. Porque no se trata de saber el remedio, sino de cómo buscarlo y, en este caso, las salidas son las que des- cubráis juntos, no las que nadie os diga, os recomiende u os imponga. Es más fácil de lo que parece. Sólo hay que querer.
ESCUCHAR
Todos sabemos escuchar. Lo hace- mos continuamente, sin prestar de- masiada atención a cómo lo hace- mos. La escucha es efectiva cuando hemos entendido lo que el otro nos quiere decir y cuando el otro se da cuenta de que ha sido así. Para ello utilizamos nuestro cuerpo, nuestros gestos. No sólo las palabras.
No hay una postura física única para escuchar, pero un cuerpo relajado y abierto facilita las cosas. Dar la cara y mirar a la cara, a los ojos, favorece la comunicación. Mostrar nuestros gestos, asentir, expresar nuestras emociones permite al otro saber que estamos prestando aten- ción.
Las palabras también ayudan a es- cuchar. A veces basta un simple “ajá” para que el otro sepa que estamos ahí. Palabras que acompa- ñan lo que el otro dice, pero que no interrumpen. Algunas de ellas pue- den ser: Ya, claro, sí, anda, entiendo, vaya… ¿Se te ocurren más?…
Clarificar es preguntar sobre lo que escuchamos. También ayuda, por- que demuestra nuestro interés y nos permite entender un poco más lo que nos están diciendo: ¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres? ¿Explícame más?
Es difícil solucionar los problemas cuando utilizamos la descalificación, la crítica destructiva y los dobles mensajes.
Parafrasear. De vez en cuando po- demos repetir con nuestras propias palabras lo que el otro dijo. Confir- mamos así que estamos compren- diendo: Lo que quieres decir es que… A ver si lo he entendido bien,
¿dices que…?
Resumir al otro también nos ase- gura que nos estamos entendiendo, sobre todo después de que ha di- cho unas cuantas cosas: Lo que me has dicho es que… has hablado de tres cosas. Una…
Podemos evitar malos momentos si, antes de contestar, nos asegu- ramos de haber entendido lo que el otro ha dicho o ha querido decir.
HABLAR
Muchas veces, cuando estamos enfadados, tendemos a abordar el problema echándoles la culpa a los demás. Sabemos que ese no es el camino más adecuado para que se enteren de lo que nos pasa. Más bien, provocamos que se defiendan y contraataquen. Es más difícil so- lucionar los problemas cuando uti- lizamos la descalificación, la crítica destructiva, los mensajes dobles o incongruentes. Las quejas, las críti- cas, los sarcasmos, el tono agrio no facilitan las cosas. Si cambia- mos el lenguaje podemos cambiar el escenario de la discusión y, tal vez, el resultado.
Así, podemos probar a expresar los sentimientos negativos de forma di- recta (enfado, irritación, rabia, decep- ción, tristeza, depresión, frustración), Todas ellas hablan de emociones. En las de la columna de la izquierda se responsabiliza a otro de lo que nos pasa. En las de la derecha simplemen- te se habla de cómo estamos. Es fácil ¡Cuidado! Estás a punto de decir: “Eres un histérico. Siempre acabas montándome el número; y yo me quedo mal por tu culpa”
Prueba a cambiar “eres” por “haces” o “dices”.
Prueba a decir “yo” o nosotros” en vez de “tú”.
Prueba a decir “a veces” en vez de “siempre”.
Prueba a proponer un cambio: “Me gustaría que…